de Jean-Paul Sartre
"No tuvo la vida que merecía." De esta máxima consoladora, la vida de Baudelaire parece una magnífica ilustración.
¿Es tan diferente de la existencia que llevó?
¿Y si hubiera merecido su vida?
(Su padre muere en 1927,
cuando Baudelaire tenía seis años.
Su madre vuelve a casarse en noviembre de 1928
y lo interna en un colegio.) [1]
"Yo estaba siempre vivo en ti, le escribirá más tarde,
tú eras únicamente mía.
Eras un ídolo y un camarada a la vez"
Esa vida se retira como la marea,
dejándolo solo y seco.
Descubre con vergüenza que es uno,
que ha recibido la existencia para nada.
Piensa este aislamiento como un destino.
Es la elección original
-el compromiso absoluto
por el cual cada uno de nosotros
decide en una situación particular
lo que será y lo que es-
que Baudelaire hizo de sí mismo.
Reivindicó su soledad para que por lo menos le viniera de sí mismo, para no tener que soportarla.
Experimentó que era otro
por el brusco descubrimiento de su existencia individual,
pero, al mismo tiempo,
afirmó y tomó a su cargo esa alteridad,
con humillación, rencor y orgullo.
Desde entonces, con violencia terca y desolada, se hizo otro: otro distinto de su madre, con quien sólo era uno y que lo había rechazado, otro distinto de sus camaradas despreocupados y groseros; se siente y quiere sentirse único hasta el extremo goce solitario, único hasta el terror.
Cada uno ha podido observar en su infancia
la aparición fortuita y desconcertante
de la conciencia de sí.
¿Qué hacer con un descubrimiento que asusta y no compensa? La mayoría se apresura a olvidarlo. Pero el niño que se ha encontrado a sí mismo en la desesperación, el furor y los celos centrará toda su vida en la meditación estadiza de su singularidad formal.
"Soy distinto. Distinto de todos vosotros que me hacéis padecer. Podéis perseguirme en mi carne, no en mi alteridad..."
Se prefiere a todo
porque todo lo abandona.
Pero esta preferencia,
acto defensivo ante todo,
es también, bajo cierto aspecto,
una ascesis
porque pone al niño en presencia de la
pura conciencia de sí mismo.
La claridad reflexiva demasiado grande
equivale a la ceguera.
Se ve demasiado para hundirse del todo y perderse en una adhesión muda a su propia vida.
La famosa lucidez de Baudelaire es un esfuerzo de recuperación.
La vista es apropiación. Pero para verse hay queser dos.
El esfuerzo de Baudelaire consistirá en llevar al extremo este esquicio abortado de dualidad que es la concienciareflexiva. Si es lúcido, originariamente, no lo es para ver sus faltas, sino para ser dos. Y si quiere ser dos es para realizar en esa pareja la posesión final del Yo por el Yo. Exasperará su lucidez: sólo era su propio testigo, intentará ser su propio verdugo: el Heautontimoroumenos [2], pues la tortura engendra una pareja estrechamente unida en la cual el verdugo se adueña de la víctima.
"Me mato-escribe en su famosa carta de 1845-, porque soy inútil a los demás y peligroso para mí mismo."
Si se ha desinteresado de antemano de toda empresa, es porque ha medido su inutilidad radical.
.
Baudelaire:
el hombre que se siente abismo.
Orgullo, hastío, vértigo.
Esa libertad, esa gratuidad,
ese abandono
que le dan miedo,
son la suerte de todo hombre,
no la suya particular.
¿Es posible tocarse,
verse alguna vez?
Esa esencia fija y singular
que busca, quizá sólo aparezca
a los ojos de los otros.
Jean-Paul Sartre
[1] Nota de la redacción
[2] Heautontimoroumenos: tomado de la comedia del mismo nombre del latino Publio Terencio publicada en el año 163 a.C., voz tomada del griego Αυτοτιμωρούμενος - Ανδρία, que significa "hombre que se castiga a sí mismo"; etimológicamente Εαυτόν Τιμωρούμενος / Aυτοτιμωρούμενος, latinizado en Heauton Timoroumenos = Εαυτόν Τιμωρούμενος, generalmente traducido como "el verdugo de sí mismo".
Las Flores del Mal, su poemario publicado en 1857 cuando Baudelaire tenía 23 años, incluye:
El Heautontimoroumenos
Para J.G.F.
Te golpearé sin cólera
Y sin odio, como un leñador,
¡Como Moisés la roca!
Y haré de tus párpados,
Para abrevar mi Sahara,
Brotar las aguas del sufrimiento.
Mi deseo henchido de esperanza
En tus salados llantos nadará
Como una nave que se hace a la mar,
Y en mi corazón que embriagarán
¡Tus queridos sollozos resonarán
Como un tambor al tocar la carga!
¿No soy yo un falso acorde
En la divina sinfonía,
Gracias a la voraz Ironía
Que me sacude y me muerde?
¡Ella está en mi garganta, la grita!
¡Es toda mi sangre, este veneno negro!
¡Soy el siniestro espejo
Donde la furia se mira!
¡Yo soy la herida y el cuchillo!
¡Yo soy la bofetada y la mejilla!
¡Yo soy los miembros y la rueda,
Y la víctima y el verdugo!
Yo soy de mí corazón el vampiro,
—Uno de esos grandes abandonados
A la risa eterna condenados,
¡Y que no pueden más sonreír!
Charles Baudelaire
Fuente: mi archivo personal
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